viernes, 9 de diciembre de 2011

Yo soy tu Dios que te esfuerzo

Yo soy tu Dios que te esfuerzo.
Isaías 41:10

Cuando somos invitados al servicio de Dios
o al sufrimiento, medimos nuestras fuerzas y vemos que son
menores de lo que juzgábamos y que no están en proporción
con nuestras necesidades. Empero no nos dejemos llevar del
abatimiento mientras podamos apoyarnos en una promesa que
nos asegura todo aquello de que tenemos necesidad. La fuerza
de Dios es omnipotente, y esa fuerza puede comunicárnosla, así
lo ha prometido. Él será alimento de nuestras almas y salud de
nuestros corazones; por tanto, Él nos fortalecerá. No es posible
ponderar cuán grande sea el poder que Dios puede infundir en
el hombre. Cuando llena el poder divino, la debilidad humana
deja de ser un obstáculo.
¿No recordamos aquellos tiempos de dolor
y prueba en que recibimos una fuerza tan especial que nos maravillamos
de nosotros mismos? En el peligro, tuvimos calma;
en el dolor de haber perdido seres queridos, permanecimos resignados;
en la calumnia, pudimos contener nuestro enojo; y en
la enfermedad, fuimos pacientes.
Dios, en efecto, nos comunicó una fuerza
insospechada ante las pruebas extraordinarias, de suerte que
pudimos levantarnos de nuestra flaqueza. Los cobardes se tornan
valientes, los insensatos se truecan en sabios, y a los mudos
se les inspira lo que han de hablar en aquella hora. Nuestra propia
debilidad nos atemoriza, mas la promesa de Dios nos infunde
valor. ¡Señor, fortifícame «según tu palabra»!

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