TESTIMONIO DE SENEDA CASTILLO

Extracto del Testimonio de Demetrio:
…Yo sinceramente quería cambiar. Tenía un gran temor de Dios, porque sabía que lo que mi esposa decía era verdad. Ella me decía que a menos que Dios me de la fe en Él, yo estaba condenado, sin esperanza y destinado al infierno. Fui sincero en mi arrepentimiento, pero el licor era fuerte…
Este hombre, un terrible alcohólico y terror de una ciudad, pero fue convertido al Señor. Y Seneda Castillo Castillo fue el medio que Dios usó; ¡Conoce en qué condiciones!
Seneda Castillo Castillo
Fui salvada cuando tenía 12 años, pero mi testimonio no es como me gustaría que fuera. Conocí a mi esposo cuando tenía 18 años y mi familia se mudó de Ayabaca a San Martín. Él había acabado de salir de la cárcel, era un incrédulo y un borracho. Se quería casar conmigo, pero le dije que yo iba regresar a mi pueblo en Ayabaca y no volvería en dos años. Él me dijo que me amaba y que iba a esperar por mí. Después de dos años volví de Ayabaca y él todavía estaba esperándome y no mucho después nos casamos.
Lo que hice estuvo mal y duré muchos años pagando por mi desobediencia a Dios. Nunca es correcto para un creyente casarse con un inconverso. Que un creyente se case con un inconverso es como vivir en el campo o invitar al diablo a tu casa a vivir contigo. Tuve que aprender a cargar con todos los pecados de mi esposo y todas las tentaciones que él puso delante de mí. Yo siempre estaba triste porque arruiné mi testimonio y ya no podía seguir sirviendo a Dios.
Durante cinco años mi vida fue miserable. Tenía que acompañar a mi esposo cuando él estaba bebiendo para que no se enojara conmigo. Un día me fui a la cama llorando y rogándole a Dios que me ayudara a pesar de mi desobediencia a Él. Esa misma noche tuve un sueño que mi padre y toda mi familia estaba adorando a Dios en el templo, pero yo estaba tan alejada en la oscuridad que no podía ver claramente el camino que me llevaría a donde ellos estaban. Cuando mi padre vino a mi y extendió su mano hacia mi, no lo podía agarrar. Cuando desperté me di cuenta de que estaba viviendo en oscuridad y que tenía que dejar la oscuridad para ir a Dios.
Esa mañana, confronté a mi esposo y le dije que yo era una hija de Dios y que tenía que servirle. Le dije que no me haría beber con él ni sus amigos. No me importaba lo que me podía hacer o lo que sus amigos me hicieran. No volvería a pecar más. También le dije que ambos íbamos a estar antes el trono de Dios para que nos juzgue y le demos cuenta de nuestros pecados, de modo que podía hacer lo que quería, pero que yo me tenía que preparar para ese día y que iba a servir a Dios.
Con el paso de los años mi esposo se envolvió más y más en el alcohol, y mis hijos y yo sufrimos grandemente. El venia a casa tarde en la noche y borracho, no nos dejaba dormir y golpeaba a los niños. Lo que sea que encontraba en la casa, nos lo arrojaba.
Lo único que podía hacer era orar al Señor que Él nos diera paz para sobrellevar todo esto. El era el esposo que yo había escogido. ¡Tenia que cargar con la decisión que tomé! Mi única esperanza era que el Señor lo cambiara algún día.
Constantemente le pedía a otros cristianos que me ayudaran en oración, pero muchas personas me dijeron que él nunca iba a cambiar y que yo debía dejarlo. Pensé en divorciarme de él muchas veces, pero siempre me arrepentía y le pedía a Dios que me ayudara. Después de todo, era principalmente mi culpa. Si hubiera obedecido a Dios y Su Palabra desde el principio, no hubiese tenido ese problema. Era una adulta y una cristiana cuando me casé con él. Yo sabía que eso era contra la voluntad de Dios, pero le desobedecí.
Como dice la Biblia, fui tentada cuando de mi propia concupiscencia fui atraída y seducida el mal. Cuando mi concupiscencia concibió, dio a luz al pecado; y el pecado, siendo cumplido, estaba destruyendo mi vida. Yo estaba simplemente cosechando el pecado que sembré.
Yo sabia que debía permanecer firme hasta que el Señor se moviera en mi favor y cambiara mi esposo.
Finalmente un día el Señor respondió mis oraciones como esperaba y cambio la vida de mi esposo.
Ahora estamos caminando juntos y estamos orando para que nunca nos separemos de Él hacia el mal camino. Queremos seguir a Dios con nuestros niños todos los días de nuestra vida. Sé que Satanás siempre estará poniendo dificultades y pruebas en nuestro camino, pero sólo tenemos que ir ante Dios en nuestras rodillas para que Él nos de paz.
Demetrio y Seneda con su familia.
Otro ejemplo del bondadoso poder en la salvación.

Fuente:   http://www.heartcry.es/